TODOS SOÑAMOS
con mensajitos de madrugada (mini sueño)
Todo partió de un mensaje a las tantas
de la madrugada de un sábado en el que me acosté pronto por culpa de un agudo
dolor de cabeza (debo reconocer que me gusta que me despierten de esta manera,
siempre intuyo que serán buenas noticias).
Tenemos que hablar, decía. Hablemos, le
envié yo.
Diez minutos más tarde ambos estábamos
bajo la luz de una farola.
-Necesito tiempo, me dice.
-No hay prisa. Ya te dije que tenías el
resto de mi vida, le respondí.
-Es más complicado que una frase bonita,
me replicó.
-Yo no lo veo así, le contra repliqué.
-Tú todo lo ves muy fácil y no tienes
paciencia. Todo lo quieres ya y ya, no puede ser. Yo aún tengo vivas las
cenizas de mi pasado reciente y no quiero que un fuego nuevo se cree a partir
de unas cenizas que quiero que se extingan.
-Yo no pretendo que ahora vivas por y
para mí, yo lo único que deseo es que me mandes mensajitos a las tantas de la
madrugada deseándome un buenas noches tardío o que me preguntes si duermo o
estoy desvelado o que, simplemente, me saludes con un emoticono sonriente y tal
vez en una de esas chispitas prenda dentro de ti el fuego ese del que me
hablas.
Volvimos a la cama (por supuesto por
separado) y diez años después aún espero ese mensaje (debe ser que alguien, con
una frase más bonita que la mía, removió las cenizas).
TODOS SOÑAMOS
con palomas mensajeras (mini sueño)
Mini sueño abierto al poeta Rafael
Alberti:
Mi querido Don Rafael:
El extraño
suceso del que le quiero hacer partícipe y que considero tiene mucho que ver
con sus palabras escritas (más adelante lo verá aclarado), lo recuerdo como si
fuera ayer.
Yo vivía, ya
hace algún tiempo, en el tercer piso del número cincuenta de la avenida Galerías.
Desde el comedor de mi casa y a través de un amplio ventanal gozaba de unas
esplendidas vistas panorámicas de todo el casco antiguo de la ciudad. Desde
dicho ventanal, todas los días a las ocho o’clock de la mañana era testigo de
uno de los acontecimientos más sorprendentes que he vivido en lo que hasta
ahora llevo de vida. A esa hora, como le digo, y en estricta formación militar
un grupo de palomas mensajeras desfilaba por delante de mi narices y del
cristal. Para que se haga una idea, algo así como si un ejército, con sus uniformes
planchaditos y recosidos, desfila por delante de la tribuna donde los saluda,
vanidoso y prepotente, su capitán general el día de su patrona o patrón.
Después de esto y con un arrullo grave del que siempre presupuse (por sus
colores) era el comandante al mando, rompían la formación y dispersaban su
vuelo en busca de los respectivos destinatarios de los mensajes que portaban en
sus patas. Durante años contemplé primero con asombro más tarde con decepción
aquellos alucinantes desfiles. Le digo con decepción porque una vez uno se
acostumbre a los desfiles palomeros lo único que desea es recibir uno de esos
mensajes.
Un día en el que
yo me encontraba de pie frente al ventanal tomando café a la espera del
acontecimiento militar, apareció una solitaria paloma que se posó en el
alfeizar de la ventana. Le abrí y entró. Después de un firme saludo militar,
que yo devolví por respeto a mi pasado académico, me entregó un papelito enrollado
que llevaba adosado a su pata izquierda. Hecho esto, volvió a saludar, volví a
corresponder y en vuelo picado, salió por la ventana.
Yo, nervioso por la llegada de aquel
esperado mensaje y medio abrumado por haber conocido a un verdadero militar,
desenrollé el papelito y leí:
‘No desespere, ella volverá y las
alucinaciones desaparecerán’ (escueto y directo).
Y aquí, mi
querido y admirado poeta el motivo de ésta. En referencia a su famoso poema me
veo en la obligación y sin dolor alguno de darle completa y absolutamente la razón
en cuanto a las palabras escritas en el susodicho: se equivocó la paloma, no
sabe hasta qué punto se equivocaba. Al sur, ya le digo yo que se fue (la paloma,
desconozco si a buscar la orilla) y del maldito mensaje ya van quince años. De
ella, ni blusa ni falda ni nada (olvídese de la rama porque ahora duerme todas
las noches bajo sábanas de seda junto a otro) y yo, para sacármela de la cabeza
me reenganché al ejercito y ahora formo parte, muy orgulloso y en calidad de
capitán, del tercer regimiento sección segunda de infantería de palomas
mensajeras al servicio de la patria y las palabras. Ahí es nada.
Dicho lo
anterior y con la esperanza de haber aclarado cualquier duda que pudiera
surgirle con respecto a esta carta y la satisfacción de otorgarle al Cesar lo
que es del Cesar, me despido.
Siempre suyo, Capitán Castro
García, desequilibrado nº 1476.
Manicomio la Pinza perdida. Valencia. España.
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