miércoles, 2 de octubre de 2013


TODOS SOÑAMOS con mensajitos de madrugada (mini sueño)

Todo partió de un mensaje a las tantas de la madrugada de un sábado en el que me acosté pronto por culpa de un agudo dolor de cabeza (debo reconocer que me gusta que me despierten de esta manera, siempre intuyo que serán buenas noticias).
Tenemos que hablar, decía. Hablemos, le envié yo.
Diez minutos más tarde ambos estábamos bajo la luz de una farola.
-Necesito tiempo, me dice.
-No hay prisa. Ya te dije que tenías el resto de mi vida, le respondí.
-Es más complicado que una frase bonita, me replicó.
-Yo no lo veo así, le contra repliqué.
-Tú todo lo ves muy fácil y no tienes paciencia. Todo lo quieres ya y ya, no puede ser. Yo aún tengo vivas las cenizas de mi pasado reciente y no quiero que un fuego nuevo se cree a partir de unas cenizas que quiero que se extingan.
-Yo no pretendo que ahora vivas por y para mí, yo lo único que deseo es que me mandes mensajitos a las tantas de la madrugada deseándome un buenas noches tardío o que me preguntes si duermo o estoy desvelado o que, simplemente, me saludes con un emoticono sonriente y tal vez en una de esas chispitas prenda dentro de ti el fuego ese del que me hablas.


Volvimos a la cama (por supuesto por separado) y diez años después aún espero ese mensaje (debe ser que alguien, con una frase más bonita que la mía, removió las cenizas).


TODOS SOÑAMOS con palomas mensajeras (mini sueño)

Mini sueño abierto al poeta Rafael Alberti:

Mi querido Don Rafael:
El extraño suceso del que le quiero hacer partícipe y que considero tiene mucho que ver con sus palabras escritas (más adelante lo verá aclarado), lo recuerdo como si fuera ayer.
Yo vivía, ya hace algún tiempo, en el tercer piso del número cincuenta de la avenida Galerías. Desde el comedor de mi casa y a través de un amplio ventanal gozaba de unas esplendidas vistas panorámicas de todo el casco antiguo de la ciudad. Desde dicho ventanal, todas los días a las ocho o’clock de la mañana era testigo de uno de los acontecimientos más sorprendentes que he vivido en lo que hasta ahora llevo de vida. A esa hora, como le digo, y en estricta formación militar un grupo de palomas mensajeras desfilaba por delante de mi narices y del cristal. Para que se haga una idea, algo así como si un ejército, con sus uniformes planchaditos y recosidos, desfila por delante de la tribuna donde los saluda, vanidoso y prepotente, su capitán general el día de su patrona o patrón. Después de esto y con un arrullo grave del que siempre presupuse (por sus colores) era el comandante al mando, rompían la formación y dispersaban su vuelo en busca de los respectivos destinatarios de los mensajes que portaban en sus patas. Durante años contemplé primero con asombro más tarde con decepción aquellos alucinantes desfiles. Le digo con decepción porque una vez uno se acostumbre a los desfiles palomeros lo único que desea es recibir uno de esos mensajes.

Un día en el que yo me encontraba de pie frente al ventanal tomando café a la espera del acontecimiento militar, apareció una solitaria paloma que se posó en el alfeizar de la ventana. Le abrí y entró. Después de un firme saludo militar, que yo devolví por respeto a mi pasado académico, me entregó un papelito enrollado que llevaba adosado a su pata izquierda. Hecho esto, volvió a saludar, volví a corresponder y en vuelo picado, salió por la ventana.
Yo, nervioso por la llegada de aquel esperado mensaje y medio abrumado por haber conocido a un verdadero militar, desenrollé el papelito y leí:

‘No desespere, ella volverá y las alucinaciones desaparecerán’ (escueto y directo).

Y aquí, mi querido y admirado poeta el motivo de ésta. En referencia a su famoso poema me veo en la obligación y sin dolor alguno de darle completa y absolutamente la razón en cuanto a las palabras escritas en el susodicho: se equivocó la paloma, no sabe hasta qué punto se equivocaba. Al sur, ya le digo yo que se fue (la paloma, desconozco si a buscar la orilla) y del maldito mensaje ya van quince años. De ella, ni blusa ni falda ni nada (olvídese de la rama porque ahora duerme todas las noches bajo sábanas de seda junto a otro) y yo, para sacármela de la cabeza me reenganché al ejercito y ahora formo parte, muy orgulloso y en calidad de capitán, del tercer regimiento sección segunda de infantería de palomas mensajeras al servicio de la patria y las palabras. Ahí es nada.
Dicho lo anterior y con la esperanza de haber aclarado cualquier duda que pudiera surgirle con respecto a esta carta y la satisfacción de otorgarle al Cesar lo que es del Cesar, me despido.

Siempre suyo, Capitán Castro García,  desequilibrado nº 1476.

Manicomio la Pinza perdida. Valencia. España.  

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