miércoles, 30 de octubre de 2013

CACHIVACHES



Quedó documentada la traición del mayor de los optimistas que, sospechosamente y sin indicios que lo predijeran, marchó de madrugada.
Un domingo de abril, según el artículo, tomó su último baño.
Según su perro, testigo fiel hasta el final, la bañera estaba medio vacía.

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¿Verde? Carece de sentido. Quimérico.
¿Gris? Ilusionante pero sin permiso.
¿Negra? Al menos sería visible.
Blanca. Sí, la soledad es blanca, como la inútil lista de la compra y las velas de coco que olvidaste.

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No ansío conquistar el mundo, tan sólo el escaque que tú ocupas.

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Vivir solo.
Desayunar solo.
Domingo de sofá de costado y en cuclillas (y solo).
Comprar comida de tres minutos en dos.
Cenar de pie en la cocina.
Hablar solo o en compañía de quien no contesta o no sabe.
Deshacer media cama en la noche,
estirar media sábana por la mañana…

Cuando quieras me paras, ¿eh? O es que también vas a dejar que muera solo entre tanta desolada redundancia.

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Cabizbaja suena la melodía entre las hojas del almendro. Bajo ellas, el libro queda mudo y poco a poco desaparecen las letras, las palabras… ¿Será así el modo en el que se auto acaricia el final, sin fanfarrias quejumbrosas ni números al pie de página?

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De cada recuerdo saldrán dos:
Uno será el que yo escriba.
Otro, muy distinto, el que tu leas.
De cada nuez, dos cáscaras:
Una por la que yo viva.
Otra, de la que tú reniegues.

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¡La de versos que se perdieron entre mis dedos creyéndome yo palmípedo! Y ahora, desmemoriado gilipollas.

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Mi libertad acaba en los límites de tu cama (y mi felicidad, a las siete y media de la mañana).

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Pagan vida mis ojos por soñar con los tuyos.
Pagan prenda mis pasos por soñar dejar huella en los charcos.

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