miércoles, 30 de octubre de 2013

CACHIVACHES 

                                                  A las musas de imagen, palpables pero ausentes.


Está de moda depilarse.

No va conmigo. De vez en cuando me gusta, ante la perspectiva de una intrínseca mirada que no me mire, me traspase o de que el fantasma de un vestidito verde de seda aparezca en la noche y me susurre con caricias: ‘no te muevas, este es el sueño indiscreto que precede al día más hermoso de tu vida’, sentir mi bello erizarse cual escarpias. Llámenme raro.

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Al fin y al cabo, y trastocando las palabras del maestro, el olvido es síntoma de que hubo memoria (y de la memoria recuerdos y de los recuerdos castillos y de los castillos las torres y de las torres ventanas y de las ventanas princesas y de las princesas su rostro y de su rostro sus labios y de sus labios los míos y de los míos los besos…Y los besos, afortunadamente amigo mío, no se olvidan jamás.

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En los últimos treinta días contemplando ansioso el teléfono no he recibido llamada alguna.
En el treinta y uno, la posibilidad de que llames es la misma, sigue intacta, sin embargo la probabilidad viene siendo escasísima, casi nula, ya que, aun manteniendo el hilo numérico que nos unía y el anhelo unilateral de que así lo hagas, si no lo has hecho en un mes, ya no lo creo.
El mes que viene fijaré la estadística en el timbre de la puerta, tal vez haya más suerte, ¿quién sabe?

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Sonaba chirriante, agotada, lejana, como el viento que apresa una voz y no la devuelve. Igual. En esas, cesó la música y me quedé sin silla y sin ella.

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En sí mismo murieron los dos. Unos dicen que de hambre otros, que perdió la razón.
Yo no sé mucho de la vida. Lo siento.
Aún menos de la muerte. Al tiempo.
Se por locos de la cordura.
Sé por mí de la locura.
He sentido el vivo sufrimiento
y me he quejado sin dolor.
Por eso créeme si te digo, y no miento,
que algunos mortales se mueren de amor.

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Pasó la estrella,
quedó la estela.
Se difuminó la estela quedó el humo. Del humo la sombra, la sombra mía.

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La versión original de sus vidas cuadraba perfectamente con el hilo musical de este mundo de sobras redondo. Como consecuencia, estaban predestinados.
Él era un ciego enamorado del cine. Ella doblaba voces.

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