CACHIVACHES
A las musas de imagen, palpables pero ausentes.
Está de moda depilarse.
No va conmigo. De vez en cuando
me gusta, ante la perspectiva de una intrínseca mirada que no me mire, me
traspase o de que el fantasma de un vestidito verde de seda aparezca en la
noche y me susurre con caricias: ‘no te muevas, este es el sueño indiscreto que
precede al día más hermoso de tu vida’, sentir mi bello erizarse cual
escarpias. Llámenme raro.
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Al fin y al cabo, y trastocando las
palabras del maestro, el olvido es síntoma de que hubo memoria (y de la memoria
recuerdos y de los recuerdos castillos y de los castillos las torres y de las
torres ventanas y de las ventanas princesas y de las princesas su rostro y de
su rostro sus labios y de sus labios los míos y de los míos los besos…Y los
besos, afortunadamente amigo mío, no se olvidan jamás.
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En los últimos treinta días contemplando
ansioso el teléfono no he recibido llamada alguna.
En el treinta y uno, la
posibilidad de que llames es la misma, sigue intacta, sin embargo la
probabilidad viene siendo escasísima, casi nula, ya que, aun manteniendo el
hilo numérico que nos unía y el anhelo unilateral de que así lo hagas, si no lo
has hecho en un mes, ya no lo creo.
El mes que viene fijaré la estadística
en el timbre de la puerta, tal vez haya más suerte, ¿quién sabe?
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Sonaba chirriante, agotada,
lejana, como el viento que apresa una voz y no la devuelve. Igual. En esas, cesó
la música y me quedé sin silla y sin ella.
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En sí mismo murieron los dos.
Unos dicen que de hambre otros, que perdió la razón.
Yo no sé mucho de la vida. Lo
siento.
Aún menos de la muerte. Al tiempo.
Se por locos de la cordura.
Sé por mí de la locura.
He sentido el vivo sufrimiento
y me he quejado sin dolor.
Por eso créeme si te digo, y no
miento,
que algunos mortales se mueren de
amor.
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Pasó la estrella,
quedó la estela.
Se difuminó la estela quedó el
humo. Del humo la sombra, la sombra mía.
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La versión original de sus vidas
cuadraba perfectamente con el hilo musical de este mundo de sobras redondo. Como
consecuencia, estaban predestinados.
Él era un ciego enamorado del
cine. Ella doblaba voces.
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