miércoles, 25 de septiembre de 2013

TODOS SOÑAMOS, pesadillas incluidas (mini sueño)


Era la primera vez que una pesadilla lo desvelaba en la noche. Normalmente las pesadillas tenían lugar, físicas y desproporcionadas, durante el día y los sueños quedaban encargados de ocupar la noche (trato verbal, por lo visto y sin yo saber, abierto).

La nevera estaba medio vacía (en este sentido no caben optimistas; cuando una nevera está medio vacía, ¡está medio vacía! Y esto, siendo optimista). En la televisión andaban con la carta de ajuste en unos canales y en otros, argumentando la venta de utensilios que en un primer momento necesitamos, se conoce, imperiosamente para vivir pero que una vez los tienes ya no son tan imprescindibles y acaban en compañía de las pesas y las zapatillas de invierno, bajo la cama.
Volvió dubitativo a la habitación. Se tumbó en la cama temeroso. Comprobó que la alarma del despertador estaba activada y por último lanzó al aire un buenas noches, cariño. En ese momento supo que el contrato bilateral estaba completamente roto, que las pesadillas joderían la noche y los sueños por su bien, se rendirían.


Aquella fue la última vez que durmió en el lado de ella.



TODOS SOÑAMOS con derribar la barrera flor-libro (mini sueño)


Él estaba sentado en una esquina de la cafetería y yo en la opuesta, junto a los baños y a un cuadro que decía que el insomnio es la suerte de los que sueñan despiertos (se quedó tan ancho). Más o menos la misma edad, el mismo traje, la misma falta de pelo (importante), el mismo sombrero, la misma consumición… Salvo pequeños detalles como un simpático bigote (que al día siguiente me afeite), el color de la corbata y las típicas posturas indolentes, éramos idénticos. Dicho esto, era acertado decir que las posibilidades estaban al cincuenta por ciento (no cuento al camarero, me perjudicaría).

Ella entró despistada, como por casualidad, miró a su alrededor y sorteó las mesas decidida, ligera como quien sortea las piedras que otros le ponen en el camino.
Pudo elegir otra mesa en la que tomar el café, la más alejada, la de aquella esquina, más evocadora y confortable para leer a Borges. Pudo elegir una al lado del ventanal donde seguro, como una soñadora experta, contaría las veces que dos personas instantáneamente se cruzan en lugar y tiempo sin saber que están hechas el uno para la otra, o incluso en alguna de la terraza, ya que había quedado una mañana esplendida y acertada para tomar el segundo café matutino bajo el sol tibio de un otoño mediano. Pero no lo hizo.
Tampoco niego el hecho, que ustedes, por lógica, pensarán, de que la derrota pudiera ser debida a mi mala elección en cuanto a la mesa. No lo creo. Valorando desde la distancia las pequeñas connotaciones de aquella escena, creo que el resultado, en el supuesto de quebrar la barrera espacio-tiempo y volver a tener la oportunidad de elegir otra mesa, hubiera sido el mismo.
Les digo más: lo que ella hizo, que fue elegir, incomprensiblemente y algo timorata, sentarse a la misma mesa en la que mi rival estaba sentado.

Y aquí, pongo el fin a estos apuntes diarios porque si no, me vengo abajo.

Nota mental: A partir de ahora, siempre que salga a tomar el café, a cualquier hora del día, llevar conmigo una rosa (no importa el color siempre y cuando sea de tallo largo y del tiempo). ¿Quién sabe? Pero las posibilidades de que una linda y hermosa mujer se siente a tu mesa, aumentan.

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