CACHIVACHES
Poco importa el palaciego de las flores y el casco.
Poco importa el zalamero estudiante imaginario.
Menos aún el celoso picapleitos que en un mal movimiento me ganó la partida.
Poco importo yo que voy detrás de todos y cada uno de ellos.
Lo único que importa es que la quiero y sé, como dicen los mayores, que después del último… soy el primero.
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A veces y sé bien el porqué
mis ojos cristalizan el roció y
el parpadeo ipso facto se detiene.
La ausencia que yo sufro aparece implacable
en las esquelas y las migas de cera se van consumiendo.
Demasiados intentos para un sólo
cuerpo.
Prosélito a la melancolía fiel.
De los confines al centro,
temeroso de ver.
De cejas a fuera, el sol.
Demasiados sueños para tan poco
valor.
Condenado a vagar entre hojas
secas,
acertadas pues mis antiparras.
Ni el blanco ni el negro, para
más INRI, el gris.
Demasiados fracasos para no
verlos venir.
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Si en algún momento entre tu vida
y mi mundo se te ocurre que librar una batalla es lo más amable que podemos obrar
bajo estas sábanas que ninguno gobierna, con fingido pesar rendiré mis dedos a
la fisura de tu entrepierna.
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No se me alarmen los poetas
timoratos ni los trovadores de lírica espesa. El cuento, salvo ciertas modificaciones
de fondo, continúa intacto: el príncipe, del sexo extra-matrimonial con las
calabazas quedó harto y cambió los cuentos por las revistas del corazón. Cenicienta,
de aquellas, agarró la maleta, que era una cáscara de nuez y cantaba como
todos, dejó las malvas, las huellas y sólo, para no dar ideas y como repelente
monárquico, se llevó los zapatos.
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Desde aquí, donde no estás, te
veo.
Desde aquí, donde no te quiero
ver, te veo.
Desde aquí donde la eterna
oscuridad se aploma
y el sensible credo de los vivos se porta grabado en
mármol, te veo…más delgada pero te veo.
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Y ya estás nueva
recién del agua.
Y vuelves a mis brazos
y a mis días.
Deslumbrando los enigmas,
reanimando posos y segundas
nupcias.
Y vuelves a ser tú.
Y vuelves a ser mía.
Y yo, vuelvo de ser yo.
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