TODOS SOÑAMOS (minisueño)
Destrozó
el silencio de la redacción con el sonido secó de sus zapatos martilleando el suelo de mármol.
De
entre todas las mesas se acercó a la mía pensando que yo era el encargado de
las suscripciones al periódico.
Yo pensé
que después de suscribirla con los ojos, tomar un café o mil en la cafetería de
la esquina y gozar de un noviazgo corto, nos casábamos. Que nos mudábamos a
vivir a un pueblecito de la costa donde todas las casas eran de dos alturas y
la nuestra de tres. Que teníamos cuatro hijos, dos niñas y dos niños, y seguían
orgullosos, cada uno por su lado, nuestros mismos pasos. Que envejecíamos jugando
en el jardín del patio trasero de la casa, a la sombra de un geranio
superlativo, con nuestros nietos. Y que nos enterraban, las piernas
entrelazadas, su rostro sobre mi pecho, en una caja de pino y de matrimonio.
Después
de la suscripción que muy amablemente le llevó a cabo el compañero encargado de ello, jamás la
volví a ver.
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