domingo, 22 de septiembre de 2013

TODOS SOÑAMOS (minisueño)


Destrozó el silencio de la redacción con el sonido secó de sus zapatos martilleando el  suelo de mármol.
De entre todas las mesas se acercó a la mía pensando que yo era el encargado de las suscripciones al periódico.
Yo pensé que después de suscribirla con los ojos, tomar un café o mil en la cafetería de la esquina y gozar de un noviazgo corto, nos casábamos. Que nos mudábamos a vivir a un pueblecito de la costa donde todas las casas eran de dos alturas y la nuestra de tres. Que teníamos cuatro hijos, dos niñas y dos niños, y seguían orgullosos, cada uno por su lado, nuestros mismos pasos. Que envejecíamos jugando en el jardín del patio trasero de la casa, a la sombra de un geranio superlativo, con nuestros nietos. Y que nos enterraban, las piernas entrelazadas, su rostro sobre mi pecho, en una caja de pino y de matrimonio.

Después de la suscripción que muy amablemente le llevó a cabo el compañero encargado de ello, jamás la volví a ver.   

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