miércoles, 18 de septiembre de 2013

            No conozco a nadie de este mundo que haya hablado tanto con los ojos como lo hacíamos ella y yo. Y las cejas, olvidadas al inventar los signos gramaticales, las pusimos de moda. Ora exclamaba, ora preguntaba, ora besaba…

            Recuerdo, como un hierro candente atravesado en mi corazón, el día en que me fue revelado mi destino. Terminaba la primavera y el cielo de la tarde rebosaba un gris oscuro, cargado de lluvia. Nos apresurábamos en recoger la terraza del chiringuito y los dos coincidimos nuestras manos al coger la misma silla. El índice y el corazón se rozaron y el tiempo, que me debía media vida, se detuvo. “Nuestras vidas son sencillas palabras en complicados versos”. Ella sonrió y yo me dí cuenta de lo estúpido del comentario. La niñas sueñan ser princesas y los niños poetas trotamundos.

Párrafo extraído de la novela: El último bastión de la memoria.

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