viernes, 27 de septiembre de 2013

DE LA MUERTE Y OTROS DESPISTES


EL DIFUNTO DESPISTADO

Recuperó los tres metros de soga que años atrás había comprado para unir las tablas de madera del maltrecho somier de su cama. Robó de la librería de su vecino, un viejo funcionario de prisiones muy aficionado a la lectura y a la pesca, un libro sobre nudos marineros y noche y día se pasó el desdichado practicando las distintas formas de fabricar un nudo corredizo hasta que logró, con los ojos cerrados, realizar diez nudos de diversas dificultades y para diferentes propósitos.
Con la ayuda de un yunque atado a la soga comprobó la resistencia de la viga de madera que atravesaba el techo de parte a parte; no quería, como en otras ocasiones, quedar como un estúpido ante los ojos de los medio-muertos. Una vez hechas las mil y unas menudencias que conlleva tan trágica tarea, se puso una fecha para la última comprobación y a la jornada siguiente decidió que sería la de llevar a cabo su realización. Así lo hizo. Llegado el susodicho, y habiendo el anterior comprobado satisfactoriamente el buen funcionamiento de su proyecto, ató un extremo de la soga a la viga de madera con un nudo de media dificultad y en el otro extremo se concedió el capricho de realizar un nudo corredizo de dificultad extrema.
Para lograr la altura necesaria a la que debía quedar colgado su cuerpo, más bien sus pies, para que no rozaran el suelo y en un impulso vital y reflexivo intentar desesperadamente devolverse a sí mismo a la vida, escogió una silla metálica más alta que las que solía tener en el comedor y gemela de otra que había en la cocina y que utilizaba para dormir un extraño gato de pelaje negro que había aparecido por su casa unos años atrás. De abajo arriba, echó un vistazo a su obra y sonrió satisfecho y orgulloso e incluso se convenció a sí mismo de que esta vez lo lograría.
Durante todos aquellos días en los que estuvo absorto en los pormenores y pormayores de tan farragosa tarea, en ningún momento se acordó de comer, de asearse o dormir si quiera un par de horas.  
¡Fíjate! Dónde tendría la cabeza aquel pobre desgraciado, que ni el ojo que le colgaba bailando como un péndulo en un reloj de su cuenca derecha ni el insufrible dolor de cuello que arrastraba desde hace tiempo le hicieron darse cuenta de que ya llevaba varios años muerto.



MIERDA

 Desde mi último ataque la persiana metálica de la funeraria se levantaba automáticamente por obra y gracia de un pequeño motor, que en un trueque de servicios, me había colocado el dueño de un taller mecánico al quedar viudo.
Aquel día nublado la muerte llegó temprano, más que de costumbre; ni había encendido las luces del escaparate y ni siquiera me había despojado de mi chaqueta. Además, hoy no teníamos nada para ella.

-Buenos días, socia. Pronto llegas y que yo sepa hoy no tenemos a nadie para ti…Mierda.




 HIMENEO



Llegó la noche y la indiferencia. ¿Cenas? No tengo hambre. Me voy a dormir. Yo, terminaré la película. Hacia el final de la noche hizo un ligero ademán de levantarse, tarde, no se dio cuenta de que ya estaba muerto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario