DE
LA MUERTE Y OTROS DESPISTES
EL DIFUNTO DESPISTADO
Recuperó los
tres metros de soga que años atrás había comprado para unir las tablas de
madera del maltrecho somier de su cama. Robó de la librería de su vecino, un
viejo funcionario de prisiones muy aficionado a la lectura y a la pesca, un
libro sobre nudos marineros y noche y día se pasó el desdichado practicando las
distintas formas de fabricar un nudo corredizo hasta que logró, con los ojos
cerrados, realizar diez nudos de diversas dificultades y para diferentes
propósitos.
Con la ayuda de
un yunque atado a la soga comprobó la resistencia de la viga de madera que
atravesaba el techo de parte a parte; no quería, como en otras ocasiones,
quedar como un estúpido ante los ojos de los medio-muertos. Una vez hechas las
mil y unas menudencias que conlleva tan trágica tarea, se puso una fecha para
la última comprobación y a la jornada siguiente decidió que sería la de llevar
a cabo su realización. Así lo hizo. Llegado el susodicho, y habiendo el
anterior comprobado satisfactoriamente el buen funcionamiento de su proyecto, ató
un extremo de la soga a la viga de madera con un nudo de media dificultad y en el
otro extremo se concedió el capricho de realizar un nudo corredizo de
dificultad extrema.
Para lograr la
altura necesaria a la que debía quedar colgado su cuerpo, más bien sus pies, para
que no rozaran el suelo y en un impulso vital y reflexivo intentar
desesperadamente devolverse a sí mismo a la vida, escogió una silla metálica
más alta que las que solía tener en el comedor y gemela de otra que había en la
cocina y que utilizaba para dormir un extraño gato de pelaje negro que había
aparecido por su casa unos años atrás. De abajo arriba, echó un vistazo a su
obra y sonrió satisfecho y orgulloso e incluso se convenció a sí mismo de que
esta vez lo lograría.
Durante todos
aquellos días en los que estuvo absorto en los pormenores y pormayores de tan
farragosa tarea, en ningún momento se acordó de comer, de asearse o dormir si
quiera un par de horas.
¡Fíjate! Dónde tendría la cabeza aquel
pobre desgraciado, que ni el ojo que le colgaba bailando como un péndulo en un
reloj de su cuenca derecha ni el insufrible dolor de cuello que arrastraba desde
hace tiempo le hicieron darse cuenta de que ya llevaba varios años muerto.
MIERDA
Desde mi último
ataque la persiana metálica de la funeraria se levantaba automáticamente por
obra y gracia de un pequeño motor, que en un trueque de servicios, me había
colocado el dueño de un taller mecánico al quedar viudo.
Aquel día
nublado la muerte llegó temprano, más que de costumbre; ni había encendido las
luces del escaparate y ni siquiera me había despojado de mi chaqueta. Además,
hoy no teníamos nada para ella.
-Buenos días, socia. Pronto llegas y que
yo sepa hoy no tenemos a nadie para ti…Mierda.
HIMENEO
Llegó la noche y la indiferencia. ¿Cenas? No
tengo hambre. Me voy a dormir. Yo, terminaré la película. Hacia el final de la
noche hizo un ligero ademán de levantarse, tarde, no se dio cuenta de que ya
estaba muerto.
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