miércoles, 20 de mayo de 2015

MI PADRE

Es un Domingo claro, que no despejado, con un solmido que juega al escondite con las nubes y unas nubes demasiado jóvenes para saber que es el respeto a los mayores. Recuerdo la última vez que vine al cementerio, parece el mismo día, pero no lo es.
Es curioso como al entrar en este santuario los sonidos estridentes se dispersan, desaparecen como un eco que se aleja, permitiendo el paso en mis oídos al murmullo suave de los pajarillos que silban al compás del oleaje sincrónico de los cipreses. Siguiendo la batuta del viento recitan sus cantos ante un público atento que no entusiasta, sereno involuntariamente.
Tu lápida la recuerdo de un tono grisáceo, un poco más oscura que el día. De mármol, imitando la piedra natural. Son todas iguales o casi todas. Es difícil, después de tanto tiempo, saber dónde estás, papa.
Es una ciudad. Estoy en medio de estas avenidas, perdido, con cientos de lápidas apostadas a los lados aparcadas como coches en un parking. ¿Dónde estás, papa?
Las fotografías van y vienen, chocan contra mí como transeúntes con prisa. Caras que trabajaban, que jugaban, que soñaban. Es como adentrarse en la oscuridad poco a poco y sentirse vulnerable ante cualquier susurro. Bombardean mis ojos con nombres, con fechas, con recuerdos, con no te olvidaremos, con frases espirituales y sticas. Es una tormenta de estrellas fugaces que atraviesa mis pupilas y llega a mi mente como  sonidos hirientes que no podré olvidar, al menos hasta mañana. Cierro los ojos. ¿Cuál es la tuya, papa? ¿Dónde está tu rostro?
En mi propia oscuridad pienso mejor, recuerdo mejor. Ha cesado el tráfico de almas, de tumbas. Apretando los párpados me defiendo de una batalla que de ante mano tengo ganada y te busco. Ahí está, entre miles de puntos blancos aparece nítidamente la puerta de tu morada, viene hacia , abriéndose paso entre tantas luces, entre tanta gente. En este universo oscuro de lamentos y epitafios un hijo reconoce la voz firme de su padre.
Ahora te veo, vivo y claro. Ojalá pudiera calentar con éste beso tu rostro dulce y sonriente.
¿Te acuerdas de esta foto? Sé que te acuerdas. Siempre te gusto esta fotografía. Ya supiste, nada más verla, que se la regalarías a la muerte.
Te mueres de frío, papa. Estás helado. ¿Es tu lápida la prolongación de tu cuerpo? Fría como se torna la mañana. Fría como el hielo. Tan fría, tan fría, que arde. Tan sólo permanece lido  mcorazón, que intenta desesperadamente luchar contra un escalofrío que poco a poco le va comiendo terreno.
Las flores son para ti. Gratos recuerdos estos aromas. Son del patio trasero de nuestra casa. Pero eso ya lo sabes. Aromas donde tú naciste. Rosales donde yo me críe.
Qué extraño, ¿verdad? En vida jamás te regalé flores pero, ¿qué hijo regala flores a su padre? Supongo que ninguno. ¿Qué hijo le dice a su padre, te quiero? Son palabras que aunque no se digan se dan por sabidas, ¿no? ¿O lo yo las di por supuestas? Ojala te hubiese dicho que te quería.
En fin, papa. Tus nietos están bien. Te echan de menos, a ti y a los domingos de pesca. Y tu nuera, aunque te cueste creerlo, también. Me dieron un regalo para ti. El pequeño me hizo prometer que te lo traería. Qué curiosa la mente humana. Con tres años apenas recuerda algunas palabras nuevas que le enseño. Lo que me sorprende, es que tiene grabado a fuego en su memoria la vez que le enseñaste a jugar al dominó. Es muy bueno. El mayor no puede con él y a mí me cuesta bastante ganarle una partida. Hiciste un buen trabajo, papa.
Bueno, aquí te dejo tu regalo. Es una ficha del dominó. El punto doble. Dice que sois tú y él sentados a una mesa el día que le enseñaste a jugar.
Tu foto sigue igual de fría o es que mis besos ya no calientan.
Adiós papa. Te quiero y siempre te quise, aunque no lo dijera.


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