ELLA
Hace ya un año que el
cáncer se la llevo, pero fue ayer.
Intento dibujar su silueta imprecisa bajo las sábanas desordenadas. Tengo las
manos
muertas y no
consigo resucitar los trazos
de mi memoria. Las fotografías que
aún conservo de ella se han llenado de un vacío tedioso y para poder continuar en este
mundo pétreo y desapacible necesito ese movimiento
de su cuerpo que tan trágicamente
habita desorientado en mis recuerdos.
Y como todas las mañanas a la hora del levantarme, cuando rozar su mano se convierte en una cuestión inexorable y vital, como una pluma balanceándose sobre la
arena, caen las sábanas, marchitas, en un mar que zozobra y desaparece, ella y el
cándido despertar de otro día… otro día.
Hace ya un año que el
cáncer se la llevo, pero fue ayer.
Sigo tomando café en su taza preferida,
una taza blanca sin lema, tullida. Me
siento en la mesa de la cocina y allí también la veo. Con su larga melena castaña recogida con un lápiz. Los ojos adormilados,
aunque ya vivaces. Las mejillas templadas por dos pellizcos presumidos y
la boca entreabierta preguntándome por qué bebo de su taza lisiada. Porque te echo de menos, le respondo al maldito viento.
Hoy es Domingo, nada
tenemos
que
hacer ni deshacer nada que no esté
deshecho ya. Leer los periódicos entrelazados
en
el sofá. O descontar viejas historias de nuestros viajes. O qué sé yo. El día puede durar
lo que tú desees que dure, lo único que
pido es que no te desvanezcas. Descorazonador, orea las cortinas
hinchándolas de vida y arrancándosela de súbito, que en el silencio de la
soledad tu susurro me lo arrebate el mismo viento que me lo trajo… Y desapareces lánguidamente entre mis brazos. Y otro día que me sobra café…otro día.
Salgo a pasear por la arena firme y húmeda de la playa. Te veo a mi lado,
sonriendo, y son tan vivos los trazos del movimiento de tu cuerpo que yo también me creo en otro mundo, muerto. Cogidos de la mano sincronizamos nuestra respiración. Volamos
sobre un mundo que mira asombrado la melodía simétrica que forman nuestros
cuerpos. Nuestras vidas son sencillas palabras escondidas en complicados versos y la
memoria y
la
ilusión conviven en un charco como ondas inútiles a merced de un sol implacable, que a ojos
de nadie, desaparece lentamente y sin hacer ruido.
Y como tal, tu figura se evapora.
Aletargo mis pasos y dejo de andar. Mi respiración
se sumerge otra vez en la
mediocridad de su
existencia. Inhalar recuerdos. Exhalar silencio.
La
sal de la brisa recorre adormilada mis venas en busca de un dulzura que recuerda
de hechos cotidianos sin dejar de preguntarse ¿porqué no me llevaste a mí? Y a
veces, como un espasmo mioclónico, he de comprobar mi pulso para saber a qué
mundo pertenezco.
Vuelvo sobre mis pasos. Sus huellas permanecen todavía marcadas en la arena,
al
lado de las mías. ¡Maldito cáncer! ¡Maldito Mar! ¡Qué sin avisar te la llevaste! ¡Qué
borras sus huellas de la arena firme y húmeda de la playa!
Hace ya un año que te la llevaste pero fue ayer.
Y me resigno. Y vivir es inercia. Y te maldigo y me maltrato. Y te odio y te amo.
Veo claras tus manos, esas manos con las que te agarrabas a la vida y al cojín
que sin pretenderlo fue un escudo firme ante el horror
por
la desesperación
de algo que
ha de venir pero no llega.
Ahora soy yo quien se aferra
a ese cojín. Lo palpo y encuentro
esas manos, siento sus huellas y el dolor húmedo de unas lágrimas que todavía no han
cicatrizado. Lo estrujo contra mi pecho hasta que traspasa mi alma y
se funde con el
vacío que dejaste. Por un instante volvemos a ser uno, igual que antes, hasta que inevitablemente cae la tarde y tus señas desaparecen, volviendo el cojín a su estado original. Abro los ojos y retorno al punto
de partida, justo cuando
a ti se te fue la vida y
yo la perdí.
Qué alegres caían mis camisas sobre ti y que mustias se han vuelto sobre mí. Ya no me miran y sus mangas apenas hablan sobre el ya deshabitado lado derecho del
armario. Sólo intentan, desde su oscuridad siniestra, imaginarse cuando, como si de una sola piel se tratara, moldeaban tu figura y presumían delante de aquel vestido verde que ahora se pudre bajo tierra. Y se recogen, se doblan
abatidas bajo el aroma que les dejaste impregnado.
Mi primera letra. Mi primera palabra. Mi primer beso. Mi
primer poema. Mi primer amor. Si vivo más tu muerte que mi
vida
dime, ¿y ahora cómo? ¿Y ahora qué?
Hace ya un año que el cáncer se la llevo. Pero ha sido hoy. Y será mañana. Y será
eterno.
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