TODOS
SOÑAMOS, pesadillas incluidas (mini sueño)
Era la primera
vez que una pesadilla lo desvelaba en la noche. Normalmente las pesadillas
tenían lugar, físicas y desproporcionadas, durante el día y los sueños quedaban
encargados de ocupar la noche (trato verbal, por lo visto y sin yo saber, abierto).
La nevera estaba
medio vacía (en este sentido no caben optimistas; cuando una nevera está medio
vacía, ¡está medio vacía! Y esto, siendo optimista). En la televisión andaban
con la carta de ajuste en unos canales y en otros, argumentando la venta de
utensilios que en un primer momento necesitamos, se conoce, imperiosamente para
vivir pero que una vez los tienes ya no son tan imprescindibles y acaban en
compañía de las pesas y las zapatillas de invierno, bajo la cama.
Volvió
dubitativo a la habitación. Se tumbó en la cama temeroso. Comprobó que la
alarma del despertador estaba activada y por último lanzó al aire un buenas
noches, cariño. En ese momento supo que el contrato bilateral estaba
completamente roto, que las pesadillas joderían la noche y los sueños por su
bien, se rendirían.
Aquella fue la
última vez que durmió en el lado de ella.
TODOS
SOÑAMOS con derribar la barrera flor-libro (mini sueño)
Él estaba
sentado en una esquina de la cafetería y yo en la opuesta, junto a los baños y
a un cuadro que decía que el insomnio es la suerte de los que sueñan despiertos
(se quedó tan ancho). Más o menos la misma edad, el mismo traje, la misma falta
de pelo (importante), el mismo sombrero, la misma consumición… Salvo pequeños
detalles como un simpático bigote (que al día siguiente me afeite), el color de la
corbata y las típicas posturas indolentes, éramos idénticos. Dicho esto, era
acertado decir que las posibilidades estaban al cincuenta por ciento (no cuento
al camarero, me perjudicaría).
Ella entró
despistada, como por casualidad, miró a su alrededor y sorteó las mesas
decidida, ligera como quien sortea las piedras que otros le ponen en el camino.
Pudo elegir otra mesa en la que tomar el
café, la más alejada, la de aquella esquina, más evocadora y confortable para
leer a Borges. Pudo elegir una al lado del ventanal donde seguro, como una
soñadora experta, contaría las veces que dos personas instantáneamente se
cruzan en lugar y tiempo sin saber que están hechas el uno para la otra, o incluso
en alguna de la terraza, ya que había quedado una mañana esplendida y acertada
para tomar el segundo café matutino bajo el sol tibio de un otoño mediano. Pero
no lo hizo.
Tampoco niego el
hecho, que ustedes, por lógica, pensarán, de que la derrota pudiera ser debida
a mi mala elección en cuanto a la mesa. No lo creo. Valorando desde la
distancia las pequeñas connotaciones de aquella escena, creo que el resultado,
en el supuesto de quebrar la barrera espacio-tiempo y volver a tener la
oportunidad de elegir otra mesa, hubiera sido el mismo.
Les digo más: lo que ella hizo, que fue
elegir, incomprensiblemente y algo timorata, sentarse a la misma mesa en la que
mi rival estaba sentado.
Y aquí, pongo el
fin a estos apuntes diarios porque si no, me vengo abajo.
Nota mental: A partir de ahora, siempre
que salga a tomar el café, a cualquier hora del día, llevar conmigo una rosa
(no importa el color siempre y cuando sea de tallo largo y del tiempo). ¿Quién
sabe? Pero las posibilidades de que una linda y hermosa mujer se siente a tu
mesa, aumentan.
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